domingo, 17 de junio de 2012

(Junto con Phillip Roth y el recién fallecido Carlos Fuentes, DeLillo es uno de los más antiguos y posibles en la lista de candidatos al Nobel)


Con Don DeLillo


Eduardo Lago

 De los cinco autores vivos más importantes de la literatura actual en lengua inglesa, sólo uno, J. M. Coetzee, no es estadounidense. Los otros cuatro (Thomas Pynchon, Cormac McCarthy, Philip Roth y Don DeLillo) se mueven en órbitas muy distintas entre sí.
Roth indaga en la condición humana como si los cambios acaecidos en el arte de novelar después del siglo XIX no fueran con él. McCarthy, cartógrafo del mal, es el más fiel seguidor de Faulkner. Con ribetes de genio loco, Pynchon llega a regiones a las que casi nadie tiene acceso. Coetzee, por su parte, comparte con DeLillo una visión humanista del arte en la que el rigor técnico está al servicio de la gratificación estética.




 Don DeLillo nació en el Bronx en 1936, en el seno de una familia católica de origen italiano. Las obras psicologistas y posmodernas de De Lillo tienen reminiscencias de otros escritores estadounidenses como John Dos Passos o Jack Kerouac, en un análisis constante de la psicología del individuo frente a la opresión del poder mediático y corporativo.

 En 1985 ya había obtenido el National Book Award por "Ruido de fondo", y en 1999 el Premio Jerusalem por el conjunto de su obra. Su formidable corpus novelístico incluye varias obras maestras. Reducido al mínimo, el canon esencial de Don DeLillo debería incluir los siguientes títulos: "Great Jones street" (1973), "Ratner's star" (1976), "Los nombres" (1982), "Ruido de fondo" (1985), "Libra" (1988) y "Mao II" (1992). En 1997 vio la luz "Submundo", su obra maestra.

La entrevista tiene lugar en Amster Yard, un edificio histórico en el centro de Manhattan, hoy sede del Instituto Cervantes, a dos manzanas de la calle 47. Don DeLillo se presenta con una campera y gorra de beisbol. Durante la charla, transmite una curiosa sensación de invisibilidad, casi como si no estuviera en la habitación. Después de que se ha ido se percibe en toda su plenitud su hondo calado humano.

 - —¿Es la literatura un intento de vencer a la muerte?
- —Posiblemente sí. Es una cuestión filosófica... en la que no pienso deliberadamente, aunque es obvio que aflora de manera sostenida en mi trabajo. La muerte es el gran tema de mis novelas. Lo domina todo, sea de forma explícita o velada, aunque esté agazapada en un rincón. La creación de lenguaje es un acto de fe en virtud del cual el escritor busca trascender lo ordinario; a la postre, eso se traduce en un intento de trascender la muerte.
Acabo de poner punto final a una obra de teatro cuyo asunto central es la muerte. No es algo buscado; surge espontáneamente cuando escribo, cuando pienso, cuando paso años entregado a un libro: hela ahí, al fondo, agazapada, pidiendo que alguien la entienda y logre trascenderla. Y nosotros, los seres humanos; nosotros, los escritores, somos tan ingenuos que creemos que lo podemos conseguir.

 - —¿A qué obedece la presencia continuada de terroristas en sus novelas?
- —Desde un principio asumí que ser escritor implicaba tratar de comprender el hecho de que vivimos en tiempos peligrosos. En esencia, el sentido de mi trabajo no es otro que afrontar ese reto. Todavía no me había formado como escritor cuando tuvo lugar un acontecimiento histórico que me marcó: el asesinato del presidente Kennedy. Las consecuencias de aquella acción violenta hicieron mella en la cultura de nuestro tiempo: suspicacia, miedo, paranoia, la sensación de que el curso de la historia está en manos de fuerzas ocultas.
Mis novelas recogen los ecos del impacto de aquel hecho emblemático. Si tachar a Lee Harvey Oswald de terrorista es adecuado o no, es cuestión de terminología. Lo que no se puede negar es que su acción desencadenó un sentimiento de terror colectivo que impregnó la cultura. El novelista es testigo del terrorismo y tiene que responder.

 - —¿Por qué suele afirmar que la narrativa del mundo ha dejado de ser propiedad de los escritores?

 - —Se la han arrebatado los terroristas, los dictadores, los tiranos. En épocas de menor complejidad, lo que yo llamo "la narrativa del mundo" estaba en manos de los grandes novelistas. La escritura de Dickens dimanaba directamente de su época, a la vez que la definía. Los dos últimos escritores cuya obra permitía asomarse a la manera de pensar y de sentir de un período fueron Kafka y Beckett. La lectura de Kafka ofrece una clave para comprender algo acerca de la naturaleza de la vida, del pensamiento, de la psicología de su época. No se puede decir algo semejante de los novelistas de hoy. El peligro que define nuestra época es de índole muy extraña. El terrorismo ha suplantado los temores de la guerra fría. Su amenaza afecta a nuestra intimidad de manera inmediata.

- —¿Qué significa escribir para usted?

 - —Cuando era joven escribía para dar expresión a lo que me rodeaba. A estas alturas, escribir no es sólo lo que hago, sino lo que soy. Para mí, escribir es vivir. Hay un componente poético. Como escritor, busco crear un lenguaje que sea bello y preciso. Me interesa el aspecto material del mundo: describir el tiempo atmosférico, los rostros de la gente, la habitación que ocupa un personaje. Ahí radica el núcleo de mi ficción. Muchos novelistas de hoy, novelistas importantes, tienen una visión ensayística de la escritura. Yo necesito ver gente, percibir colores, escuchar sonidos. En este sentido sigo siendo un escritor tradicional.

 - —Treinta años después de su publicación original, acaba de aparecer la primera versión en castellano de "Jugadores". ¿Qué les diría a sus lectores?

 - —Como en todas mis novelas, hay una preocupación por el lenguaje, que en este caso refleja el de un tipo social para el que entonces se carecía aún de nombre. Me refiero a los "yuppies". Puse mucho cuidado en reflejar su manera de hablar, que es síntoma de toda una manera de entender la vida. A la postre, de lo que se trata es de mostrar una forma de comportamiento carente de seriedad, que acaba por acarrear graves consecuencias a los protagonistas, entre otras cosas porque le dan la espalda al hecho de que nos ha tocado vivir una época que es muy peligrosa.

- —¿Fue laboriosa la gestación de "Submundo"?

- —Inicialmente, me propuse escribir un relato sobre un determinado partido de beisbol que tuvo unas connotaciones muy especiales, pero enseguida descubrí lo mucho que se ocultaba tras aquella historia. Uno de los grandes temas de Submundo es la noción de conflicto. En un sentido primario, se trata de la guerra fría, que ocupa una buena parte de la novela, pero además del conflicto histórico, están las consecuencias de la guerra fría y cómo afectó a la gente en su manera de sentir y de pensar. La gente tuvo que seguir viviendo a través de aquella crisis histórica. El partido de béisbol que abre la novela es una forma de contrahistoria. La gente de a pie debe vivir a contramano de la Historia, trascendiéndola, protegiéndose de ella.

 - —¿Qué escritores considera afines a usted?

- —Normalmente se asocia mi nombre con los de William Gaddis y Thomas Pynchon, escritores que admiro profundamente. Casi nadie se da cuenta de la importancia de Norman Mailer, que fue una fuente de inspiración importante para mí cuando era joven, sobre todo en los sesenta. Mailer escribía una ficción arriesgada y se involucró hasta los tuétanos en el revuelo de la época. Mailer es alguien a quien siempre vale la pena escuchar y leer. Es una fuerza en la cultura, y sigo admirándolo mucho.

 - —¿Cómo es su relación con las palabras?

 - —Cuando escribo una frase, no me fijo sólo en cuestiones de sonido, ritmo y forma, de cómo abrirla y cerrarla. Me interesa el aspecto visual de la escritura, letra a letra, palabra a palabra. A veces se dan relaciones internas, como cuando un vocablo contiene a otro en su seno.

- —¿Podría hablar de su interés por el ámbito de lo no verbal?

 - —Mi interés por lo que hay más allá del lenguaje proviene de Herman Broch y el Rilke de la novena "Elegía del Duino". Como escritor, me interesa explorar lo que el lenguaje no puede alcanzar. En "Los nombres" se cometen actos violentos inspirados por el alfabeto. Se busca la coincidencia entre un nombre de lugar y el de una persona, y ello decide la muerte violenta de ésta. Muchas veces me he preguntado si no es eso lo que les acaece a los terroristas. Enajenados de la cultura y de la historia, llega un punto en que pierden de vista toda motivación política o religiosa para convertirse en meros asesinos a sangre fría.

- —¿Cuáles son los ejes de la reflexión acerca de la naturaleza del tiempo que efectúa en "Body Art"?
- —Einstein dijo que el tiempo era una ficción. Mi intención era crear una ficción que pusiera de manifiesto esa verdad. ¿Cuál es la esencia del tiempo? Según los físicos es un continuum. ¿Qué mecanismos gobiernan su funcionamiento? ¿Existen distintas clases de tiempo? Por supuesto, no se trataba de escribir un ensayo acerca del tiempo, sino de llevar adelante una exploración narrativa a través de personajes vivos. Entonces se me ocurrió crear a Mister Tuttle, cuyo lenguaje es diferente al del resto de los mortales porque su experiencia del tiempo también lo es.

- —Dos meses después del atentado contra el World Trade Center, publicó "En las ruinas del futuro". ¿No le parece que su ensayo se centra exclusivamente en el punto de vista norteamericano?

- —Sí. Estados Unidos sigue siendo un país que se mira el ombligo, aunque por supuesto hay gente que tiene conciencia de que hay terrorismo en otras partes del mundo. Pero el atentado contra las Torres Gemelas entraña un significado especial, no porque... Me resulta raro decir esto... No porque los aviones se estrellaran contra las Torres Gemelas, no porque muriera tanta gente, sino porque las Torres cayeron. En eso estriba el impacto psicológico del atentado. Curiosamente, las Torres se construyeron pensando que podían ser el blanco de un ataque. Ya lo habían sido ocho años antes; pero que pudieran derrumbarse era inconcebible. Cuando eso ocurrió, el impacto sobre la psicología de los norteamericanos fue inconmensurable.

 - —Palabras suyas: "El tiempo que tenemos asignado es limitado. Cada novela alarga el pacto. ¿Cuántos libros nos es dado escribir?". La idea es angustiosa.

 - —Curiosamente, me ocurría más antes. Cuando estaba escribiendo "Ruido de fondo", no me podía quitar de la cabeza la idea de que me iba a suceder algo antes de haber acabado el libro. Al final, sólo tardé un año, pero escribir una novela puede suponer diez años. De ahí, en parte, la presencia de la muerte en mis novelas.

 Novelas

 Americana (1971, Americana)

End Zone (1972, Zona Final)

Great Jones Street (1973, Great Jones Street)

Ratner's Star (1976, Ratner's Star)

Players (1977, Jugadores)

Running Dog (1978, Fascinación)

Amazons (1980, Amazonas)

The Names (1982, Los Nombres)

White Noise (1985, Ruido de Fondo)

Libra (1988, Libra)

Mao II (1991, Mao II)

Underworld (1997, Submundo)

Body Art (2001, Body Art)

Cosmópolis (2003, Cosmopolis)

Falling Man (2007, El Hombre del Salto)

Point Omega (2010, Punto Omega)

 Ensayos

En las Ruinas del Futuro (2002)

Contrapunto (2004)

Teatro

The Day Room (1986)

Valparaiso (1999, Valparaiso)

Love-Lies-Bleeding (2005)

 The Word for Snow (2007)

Cine
Game 6 (Guión. Protagonizada por Michael Keaton y Robert Downey Jr.)

Una historia de 7,000 árboles




GENERAL LEVALLE, Argentina-Los pilotos miran a menudo con incredulidad cuando vuelan por primera vez sobre esta localidad en las fértiles pampas. Allí, en la monótona llanura, hay una arboleda de cipreses y eucaliptos en forma de una gigantesca guitarra. Tiene aproximadamente un kilómetro de largo.
Detrás de la gran guitarra de las pampas, y los aproximadamente 7.000 árboles que la componen, hay una historia de amor que tomó un giro trágico.

 La arboleda con los contornos de una guitarra es obra de Pedro Martín Ureta, un productor agropecuario que ahora tiene 70 años. La obra paisajística es un homenaje a su difunta esposa, Graciela Yraizoz, quien murió en 1977 a los 25 años. "Es increíble ver un diseño tan cuidadosamente planeado, a tanta distancia abajo", dice Gabriel Pindek, piloto comercial de Austral Líneas Aéreas. "No hay otra cosa así".
Ureta, de una familia estanciera con hondas raíces aquí, fue un bohemio en su juventud. Viajó a Europa y se codeó con artistas y revolucionarios. Tras volver al país a finales de los años 60, a los 28 años, fue cautivado por Yraizoz, quien apenas tenía 17 años.

 El párroco local casi se niega a celebrar la boda, recuerda Ureta, ya que no creía que el estanciero parecía lo suficientemente comprometido para amar a Yraizoz "todos los días" de su vida. Pero Ureta demostró ser extraordinariamente devoto a Yraizoz, dicen sus amigos e hijos, y la unión fue feliz, aunque breve.
"Ella era muy emprendedora, vivía haciendo cosas", dice Soledad, de 38 años, uno de los cuatro hijos del matrimonio. "Ella ayudó a guiar a mi papá. Vendía ropa".

 Un día durante un vuelo sobre la llanura pampeana, Yraizoz divisó un campo que, por obra de una peculiaridad topográfica, desde el aire parecía un balde, cuentan sus hijos. Fue entonces cuando ella comenzó a pensar en diseñar la propia finca de la familia en la forma de una guitarra, un instrumento que adoraba.
"Mi padre era muy joven, y estaba ocupado con su trabajo y sus propios planes", dice su hijo menor, Ezequiel, de 36 años. "Él decía 'después, hablemos después'".

Yraizoz, sin embargo, no tenía mucho tiempo para esperar. Un día en 1977, se desmayó. Había sufrido una ruptura de aneurisma cerebral, un debilitamiento en la pared de un vaso sanguíneo que terminó por explotar. Murió poco después, mientras llevaba en el vientre a quien hubiera sido el quinto hijo de la pareja.
Hoy, Ureta dice que la muerte de su mujer orientó su vida en una dirección más filosófica. Dice que se retrajo un poco. Leyó sobre el budismo. Ureta parafrasea un verso del cantautor y escritor Atahualpa Yupanqui que le quedó grabada en la cabeza: Galopaba mucho y lo mismo llegué tarde.

Unos años después de la muerte de su Graciela, Ureta decidió cumplir con sus deseos sobre el diseño de la estancia. Como los paisajistas con los que consultó estaban predeciblemente desconcertados, se hizo cargo del trabajo.
La mayor parte de la guitarra, como el cuerpo y la boca en forma de estrella, está hecha de cipreses. Ureta plantó seis filas de eucaliptos para que hicieran de cuerdas, cuyo tono azulado ofrecía un contraste desde la altura.

Plantar la guitarra fue un trabajo de toda la familia, y hacer que los jóvenes árboles crecieran fue más difícil.
Las liebres y los cuises destruían las frágiles plantas. "Es una zona semiárida y hay vientos fuertes y sequías", dice el estanciero. "Tuve que sembrar y resembrar y casi abandoné el proyecto".

Finalmente, Ureta tuvo una inspiración. Puso algunos metales de desecho y mangas protectoras en torno a los jóvenes árboles.

Cuando los árboles finalmente comenzaron a crecer, María Julia, la hija de 39 años, dice que fue lo más parecido posible a que la madre volviera a vivir.

Mientras se ocupaba de los árboles, Ureta estaba criando cuatro hijos. Todos los días, manejaba unos 15 kilómetros en su camioneta pickup para llevarlos a la escuela. Cuando la pickup se estancaba en el barro durante la temporada de lluvias, usaba un caballo para sacarla.

Hoy, el hijo mayor, Ignacio, de 42 años, es ingeniero; María Julia es representante farmacéutica; Soledad es profesora de educación especial; y Ezequiel es veterinario. Tiene nueve nietos.

Ureta espero un largo tiempo después de la muerte de Graciela para entablar una nueva relación seria, dicen sus hijos. En los 90, empezó a salir con María de los Ángeles Ponzi, que está a cargo de la farmacia del pueblo. No han contraído matrimonio, pero tienen una hija de 11 años, Manuela. Ponzi dice que aprecia la belleza del tributo a la primera esposa de su pareja.
Ureta nunca ha visto la gran guitarra desde el cielo, excepto en fotos. Teme volar.

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