Una historia de 7,000 árboles
GENERAL LEVALLE, Argentina-Los pilotos miran a menudo con
incredulidad cuando vuelan por primera vez sobre esta localidad en las fértiles
pampas. Allí, en la monótona llanura, hay una arboleda de cipreses y eucaliptos
en forma de una gigantesca guitarra. Tiene aproximadamente un kilómetro de
largo.
Detrás de la gran guitarra de las pampas, y los
aproximadamente 7.000 árboles que la componen, hay una historia de amor que
tomó un giro trágico.
Un día durante un
vuelo sobre la llanura pampeana, Yraizoz divisó un campo que, por obra de una
peculiaridad topográfica, desde el aire parecía un balde, cuentan sus hijos.
Fue entonces cuando ella comenzó a pensar en diseñar la propia finca de la
familia en la forma de una guitarra, un instrumento que adoraba.
"Mi padre era muy joven, y estaba ocupado con su
trabajo y sus propios planes", dice su hijo menor, Ezequiel, de 36 años.
"Él decía 'después, hablemos después'".
Yraizoz, sin embargo, no tenía mucho tiempo para esperar. Un
día en 1977, se desmayó. Había sufrido una ruptura de aneurisma cerebral, un
debilitamiento en la pared de un vaso sanguíneo que terminó por explotar. Murió
poco después, mientras llevaba en el vientre a quien hubiera sido el quinto
hijo de la pareja.
Hoy, Ureta dice que la muerte de su mujer orientó su vida en
una dirección más filosófica. Dice que se retrajo un poco. Leyó sobre el budismo.
Ureta parafrasea un verso del cantautor y escritor Atahualpa Yupanqui que le
quedó grabada en la cabeza: Galopaba mucho y lo mismo llegué tarde.
Unos años después de la muerte de su Graciela, Ureta decidió
cumplir con sus deseos sobre el diseño de la estancia. Como los paisajistas con
los que consultó estaban predeciblemente desconcertados, se hizo cargo del
trabajo.
La mayor parte de la guitarra, como el cuerpo y la boca en
forma de estrella, está hecha de cipreses. Ureta plantó seis filas de eucaliptos
para que hicieran de cuerdas, cuyo tono azulado ofrecía un contraste desde la
altura.
Plantar la guitarra fue un trabajo de toda la familia, y
hacer que los jóvenes árboles crecieran fue más difícil.
Las liebres y los cuises destruían las frágiles plantas.
"Es una zona semiárida y hay vientos fuertes y sequías", dice el
estanciero. "Tuve que sembrar y resembrar y casi abandoné el
proyecto".
Finalmente, Ureta tuvo una inspiración. Puso algunos metales
de desecho y mangas protectoras en torno a los jóvenes árboles.
Cuando los árboles finalmente comenzaron a crecer, María
Julia, la hija de 39 años, dice que fue lo más parecido posible a que la madre
volviera a vivir.
Mientras se ocupaba de los árboles, Ureta estaba criando
cuatro hijos. Todos los días, manejaba unos 15 kilómetros en su camioneta
pickup para llevarlos a la escuela. Cuando la pickup se estancaba en el barro
durante la temporada de lluvias, usaba un caballo para sacarla.
Hoy, el hijo mayor, Ignacio, de 42 años, es ingeniero; María
Julia es representante farmacéutica; Soledad es profesora de educación
especial; y Ezequiel es veterinario. Tiene nueve nietos.
Ureta espero un largo tiempo después de la muerte de
Graciela para entablar una nueva relación seria, dicen sus hijos. En los 90,
empezó a salir con María de los Ángeles Ponzi, que está a cargo de la farmacia
del pueblo. No han contraído matrimonio, pero tienen una hija de 11 años,
Manuela. Ponzi dice que aprecia la belleza del tributo a la primera esposa de
su pareja.
Ureta nunca ha visto la gran guitarra desde el cielo,
excepto en fotos. Teme volar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario