domingo, 5 de agosto de 2012

Cómo vendí mi voto y me convertí en operadora electoral del PRI


El testimonio de Nancy Cornejo publicado en la revista "Consideraciones" del STUNAM narra la venta del voto en una modesta familia en Edomex.



Atendía el local. Mi madre había ido al Centro a comprar mercancía y me dejó a cargo sola porque los sábados casi no hay clientes. Dos mujeres y un muchacho se acercaron a preguntar por la señora. “No está” contesto secamente sin mirar a los visitantes, “¿y su hija?” insisten. Por fin las miro y pienso que tal vez le deben dinero o traen algún encargo; “soy yo” les digo y una sonrisa de tranquilidad les recorre el rostro. “¡Ah! ¡Muy bien!”- una toma la palabra, acercándose al mostrador y acomodando concienzudamente sus papeles- “Mira, es que lo que pasa es que nosotros venimos del PRI y yo ya le había dicho a tu mami. Soy Dominga, la de las despensas”. Hago un movimiento afirmativo que además de revelar el descubrimiento del asunto de su visita, denota reconocimiento y memoria, aunque más bien creo que lo que dije fue un “aaah, siii”.

“Pues mira” – continuó- “estamos juntando gente que quiera estar en casilla pa’ lo de las elecciones, y tu mamá ya estaba apuntada, nomás que ahorita ya me están pidiendo las hojas y me tienen que firmar. Soy amiga de Lupe, ella llevó a tu mami el otro día a lo de las despensas, nomás que ya no alcanzó, pero yo vine y le dije de lo de que fuera representante de casilla y así la estoy apoyando”. “Hijole, pues es que no sé a qué hora regresa, salió a un mandado y no sé hasta dónde fue”, miento, resentida aún por el recuerdo del rostro decepcionado de mamá tras desandar cerca de siete cuadras, con mi niño tomado de la mano, maldiciendo a doña Lupe por avisarle tan tarde. “¡Uy!.. ¿Y a ti no te gustaría?”- se acerca y me dice, cómplice- “les están dando una buena ayuda”- acompañando sus palabras con el conocido gesto manual de estar sujetando un rollo de algo (¿billetes?). Trato de no sonreír, en las elecciones locales el PRD nomás me dio trescientos pesos y a los que estuvieron con el PRI les tocó de a mil quinientos, y si eso les dieron en las locales… “¿Y para hacer qué?” pregunto, un poco más amable.

“Casi nada, nomás estar en la casilla y a lo mucho te llamaran para una o dos capacitaciones, nada más, y la ayuda sí es muy buena”, responde. “¿Y les tendría que firmar algo?”… total, que se armó el negocio, le dije que sí, ella me pidió fotocopia de mi IFE, se la di, cuando me preguntó si no conocía a nadie más que le quisiera entrar le dije que no y el muchacho llenó por mí una solicitud para ser Representante de Casilla (RC) del PRI y me la dio a firmar. Tras pagarme un refresco se fueron y me quedé toda la tarde especulando sobre la cantidad no mencionada y sobre lo que la visitante recién partida entendía por “muy buena ayuda”.

Para las mujeres como mi mamá, navidad y elecciones son sinónimo de calendarios, cubetas y despensas gratis “no porque recibas los regalos, crees en Santaclós”, me dice, con su playera amarilla y su bolsa de mandado roja, “ni le haces el feo a los reyes”. Para mí pues…ni fu ni fa. Nunca hemos ido a un mitin y jamás he participado en nada. Ahora en la radio dicen que si regresa el PRI vamos a estar jodidos, pero desde hace más de seis años en mi colonia no pavimentan ni una calle y eso que el municipio es amarillo, amarillo. Eso sí, ya no se va el agua y nos pusieron nuestra placita, con su cine y su pista de hielo para que llevemos a los chamacos. “Además no me caería mal el dinero” pienso.

El domingo 27 de mayo me marcaron al celular. Una voz masculina me citaba para que fuera “lo más pronto posible” a la casa de campaña del candidato, “es cosa de diez minutos” dijo y, tras indicarme la dirección, me pidió que cuando llegara preguntase por el licenciado Enrique B… Extrañada, le avisé a mi mamá y salí a la calle, tomé un camión que me dejó en la avenida de las Torres y tras caminar veinte minutos bajo el sol de las dos de la tarde, llegué al lugar indicado. Era una casita de dos pisos con las escaleras de caracol por fuera, tapizada con lonas impresas desde las que me sonreía el candidato; la gente entraba y salía como en la misa del domingo y me paré frente a la mesa improvisada de manteles verdes tras la cual una muchacha de playera roja revisaba listas y hacia anotaciones. “Disculpe, ¿el licenciado B…?” pregunto, “subiendo las escaleras, a mano derecha” y siguió en lo suyo. Subí por las escaleras y seguí caminando hasta plantarme frente a una oficina de puertas abiertas, pregunté por el licenciado y un hombre bajito, de camisa y saco (“¿no tendría calor?”) se me acercó con la mano extendida diciendo “servidor”. 


En el auditorio del Comité Directivo Estatal del PRI, en Toluca, Estado de México.




Tras explicarle que fui citada y decirle mi nombre, su mente pareció hacer lo que las computadoras y el internet, “¡Ah, sí, sí!”, y revolvió entre una pila de papeles (su escritorio estaba anegado de fólderes y hojas engrapadas) desde la que extrajo una hoja con la fotocopia de mi IFE pegada (la misma que llenó el muchacho que me visitó junto con las dos señoras). “Si, mira, lo que pasa es que por tu perfil consideramos que no puedes ser RC, sino que tendrías que dejarle el lugar a quien tú quieras y pasar a formar parte del grupo de Defensores del voto, no sé si sea mucho el aumento de la ayuda, pero sí es un poquito más arriba en jerarquía”, me dijo “ahorita mismo vete con el Lic. Osvaldo C…. y dile que vas de mi parte, allá continuarás con tu trabajo”.

¡Y vaya que no fue poco el aumento de la ayuda!, tras mi primer pago (apenas una semana y media después de que me dieran de alta como defensor) comencé a tomarme las cosas en serio “¡seis mil pesos!” pensé sorprendida. Dieciocho mil en total, en tres pagos y el último quizás doble si se ganaban las federales, “¡veinticuatro mil pesos!” y seguía sin poder creerlo, nunca había visto tanto dinero junto, nunca había ganado tanto en tan poco tiempo. El trabajo de campo era duro, teníamos que contactar a nuestros treinta representantes de casilla y citarlos para sus capacitaciones, pero nos pusieron por parejas con Representantes Generales y la señora que me asignaron era una de las más eficientes “yo quiero ascender, vivir de esto”, me decía mientras dábamos nuestro recorrido matutino por las secciones que nos sortearon “porque los únicos que pueden vivir de esto son los políticos, uno nomás se espera a las ayudas, a veces no te toca nada, pero la cosa es aguantar, aguantar, hasta que te pongan en un lado donde tengas sueldo”. A doña Herminda (que así se llamaba mi RG) le gustaba terminar el trabajo temprano, máximo al medio día, ir a reportar actividades a las oficinas, pasar lista y a volar, al quehacer y a la comida.

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