viernes, 30 de noviembre de 2012

Más rápido, que tengo prisa




Enviado por Eréndira vía correo electrónico:

Natalia Martín Cantero 


La Catedral Vieja de Salamanca tardó cerca de tres siglos en construirse. La de Colonia, en Alemania, más de seis. Hace 80 años, cuando un trayecto en tren Madrid-Barcelona era todo un acontecimiento, los emigrantes se embarcaban durante dos o más meses para llegar a América. ¿Quién tiene hoy tiempo para eso?
Ilustración: un hombre vacío mira cómo se le acaba el tiempo
La frase “no tengo tiempo” define una época en la que el minuto que tarda el semáforo en ponerse en verde se nos hace una eternidad, y quien más quien menos se sube por las paredes si sus mensajes de WhatsApp tardan más de cinco segundos en recibir respuesta. Las consecuencias se dejan notar en todas las esferas de la vida. Matrimonios efímeros (España está a la cabeza de Europa en tasas de divorcios), niños educados en las prisas, un medioambiente que no resiste nuestro embate y, por supuesto, problemas de salud. Desde la obesidad al insomnio (uno de cada cinco españoles tiene dificultades para conciliar el sueño), problemas de corazón, diabetes 2 o ansiedad. Esta epidemia del siglo XXI se extiende imparable: el 18,5 por ciento de los pacientes españoles de atención primaria presenta algún trastorno de ansiedadVentana nueva.
“Nadie se daba cuenta de que, al ahorrar tiempo, en realidad ahorraba otra cosa. Nadie quería darse cuenta de que su vida se volvía cada vez más pobre, más monótona y más fría”, escribe Michael Ende en "Momo", un clásico que conviene recuperar: que levante la mano quien no haya tenido esta sensación en los últimos días.
“La verdadera revolución radica en no sumarse a la estridencia colectiva y a su vértigo. Esto se manifiesta de miles de formas distintas en el día a día”, señala Ángeles Parra, directora de Biocultura, en el número especial dedicado a la aceleración del tiempo de la revista The Ecologist. “Que las mujeres den a luz cuando tengan que hacerlo y no cuando lo digan los obstetras. Que los frutos maduren en los árboles y las plantas y no en cámaras frigoríficas. ¿Para qué ir corriendo si no se sabe siquiera adónde se va?”, se pregunta Parra.
Cuando uno corre sin saber a dónde va, como dice Parra, se arriesga a que lo persigan algunos compañeros de viaje poco deseables: un estado irritable, antisocial y poco tolerante; conflictos con la pareja, familiares y amigos y pérdida de interés en actividades antes gratas para la persona, según señala Mario Rodríguez, del Centro de Investigación Psicológica de la Universidad de Guadalajara (México). A medio plazo, escribe Rodríguez, este estilo de vida puede causar depresión, cambios en el estado de ánimo, hipertensión y enfermedades gastrointestinales, obesidad y padecimientos cardiovasculares. “Las personas estresadas piensan menos en los demás. No hacen frente a sus problemas, sino que los evaden. Comienzan a aislarse y sólo quieren dormir”,  indica.
Los mil y uno sistemas de mensajería disponibles en la actualidad permiten una inmediatez impensable hace cuatro días y pueden convertirse en valiosas herramientas, devoradores de tiempo o, con gran frecuencia, ambas cosas a la vez. Todo depende de cómo los utilicemos y de que sea el usuario, y no la tecnología, quien imponga su ritmo.
“El problema surge cuando las prisas forman parte de nuestro ritmo vital”, señala el escritor Ramiro Pinto. Para Pinto, la prisa se instala como una sensación permanente, independientemente de que tengamos que ir rápido o no. Esta sensación es lo que llamamos estrés. “Normalizamos tal sensación, al querer justificarla, y hacemos más y más cosas porque tenemos prisa. O mejor dicho: tenemos sensación de prisa. O sea, no tenemos prisa porque tengamos mucho que hacer, sino que hacemos muchas cosas porque sentimos la prisa dentro de nosotros”.
Ya en 1999 el maestro zen Dokushô Villalba señalaba que la medida del tiempo está marcada por la velocidad alcanzada por la información al pasar de un transmisor a un receptor. “Al acelerarse esta velocidad mediante la revolución que ha supuesto Internet (…), todo en nuestra vida cotidiana ha experimentado una aceleración paralela”.
La clave para evitar esta carrera de pollos sin cabeza fruto de la aceleración desmesurada es aprender a frenar. Hacer una pausa. O, si se prefiere, seguir los consejos de Goethe: “uno debería, cada día, intentar escuchar una pequeña canción, leer un buen poema, ver un bonito cuadro, y, a ser posible, expresar algunas palabras razonables”.



Ilustración: Timeless (sin tiempo), por Martín OrzaVentana nueva.

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