miércoles, 19 de diciembre de 2012
Última carta de Virginia Woolf a Leonard Wool
Tomado de:
Revista Descontexto sigue viva, lenta, precoz en su destino irremediable. Ésta es una manera de mostrar textos que en su forma impresa no queremos o no nos decidimos a publicar. Este espacio busca encarar a un mundo que no tiene que ver con la altura merecida. Arte/política/cultura. Está la crítica; están las ideas. Pueden estar sus voces. Descontexto pretende ser un eco, reiterando esa maravilla y malestar, aquí, justo bajo el cielo, disparando contra este tiempo anestesiado.
Última carta de Virginia Woolf a Leonard Woolf
Querido:
Tengo la seguridad que me estoy volviendo loca otra vez. Creo que no podemos pasar a través de otro de aquellos terribles momentos. Y no me voy a recuperar esta vez. Comienzo a oír voces y no me puedo concentrar. Así que estoy haciendo lo que parece ser la mejor cosa que hacer. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los sentidos todo lo que cualquiera pudiera ser. Pienso que dos personas no pudieran haber sido más felices hasta que llegó esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, yo sé. Ya ves, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido completamente paciente e increíblemente bueno conmigo. Quiero decir que… todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado hubieras sido tú. Todo se ha ido de mí salvo la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida por más tiempo.
Tengo la seguridad que me estoy volviendo loca otra vez. Creo que no podemos pasar a través de otro de aquellos terribles momentos. Y no me voy a recuperar esta vez. Comienzo a oír voces y no me puedo concentrar. Así que estoy haciendo lo que parece ser la mejor cosa que hacer. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los sentidos todo lo que cualquiera pudiera ser. Pienso que dos personas no pudieran haber sido más felices hasta que llegó esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, yo sé. Ya ves, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido completamente paciente e increíblemente bueno conmigo. Quiero decir que… todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado hubieras sido tú. Todo se ha ido de mí salvo la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida por más tiempo.
No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que hemos sido.
V.
28 de marzo, 1941
Dearest: / I feel certain that I am going mad again. I feel we can't go through another of those terrible times. And I shan't recover this time. I begin to hear voices, and I can't concentrate. So I am doing what seems the best thing to do. You have given me the greatest possible happiness. You have been in every way all that anyone could be. I don't think two people could have been happier 'til this terrible disease came. I can't fight any longer. I know that I am spoiling your life, that without me you could work. And you will I know. You see I can't even write this properly. I can't read. What I want to say is I owe all the happiness of my life to you. You have been entirely patient with me and incredibly good. I want to say that — everybody knows it. If anybody could have saved me it would have been you. Everything has gone from me but the certainty of your goodness. I can't go on spoiling your life any longer. / I don't think two people could have been happier than we have been. V.
Genialidad poética
Enviado por Eréndira:
Una cosa llevó a la otra y aquí un larguísimo y también superlativamente hermoso poema de Pessoa.
Una cosa llevó a la otra y aquí un larguísimo y también superlativamente hermoso poema de Pessoa.
Fernando Pessoa |
Tabaquería |
No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo. Ventanas de mi cuarto, de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es (y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?), dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente, a una calle inaccesible a todos los pensamientos, real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente, con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres, con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres, con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada. Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad. Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme y no tuviese otra fraternidad con las cosas que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle la fila de vagones de un tren, y una partida pintada desde dentro de mi cabeza, y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida. Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado. Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera, y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro. He fracasado en todo. Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada. El aprendizaje que me impartieron, me apeé por la ventana de las traseras de la casa. Me fui al campo con grandes proyectos. Pero sólo encontré allí hierbas y árboles, y cuando había gente era igual que la otra. Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar? ¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy? ¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas! ¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos! ¿Un genio? En este momento cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo, y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno, ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras. No, no creo en mí. ¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones! Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente? No, ni en mí... ¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando? ¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas -sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-, y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero ni encontrarán quien les preste oídos? El mundo es para quien nace para conquistarlo y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón. He soñado más que lo que hizo Napoleón. He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo, he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito. Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla, aunque no viva en ella; seré siempre el que no ha nacido para eso; seré siempre el que tenía condiciones; seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta y cantó la canción del Infinito en un gallinero, y oyó la voz de Dios en un pozo tapado. ¿Creer en mí? No, ni en nada. Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello, y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga. Esclavos cardíacos de las estrellas, conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama; pero nos despertamos y es opaco, nos levantamos y es ajeno, salimos de casa y es la tierra entera, y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido. (¡Come chocolatinas, pequeña, come chocolatinas! Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas, mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería. ¡Come, pequeña sucia, come! ¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes! Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño, lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.) Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré la caligrafía rápida de estos versos, pórtico partido hacia lo Imposible. Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas, noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas, y me quedo en casa sin camisa. (Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas, o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva, o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta, o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada, o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana, o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres, o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-, todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire! Mi corazón es un cubo vaciado. Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco a mí mismo y no encuentro nada. Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad, veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan, veo a los entes vivos vestidos que se cruzan, veo a los perros que también existen, y todo esto me pesa como una condena al destierro, y todo esto es extranjero, como todo.) He vivido, estudiado, amado, y hasta creído, y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo. Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira, y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído (porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso); puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente. He hecho de mí lo que no sabía, y lo que podía hacer de mí no lo he hecho. El disfraz que me puse estaba equivocado. Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí. Cuando quise quitarme el antifaz, lo tenía pegado a la cara. Cuando me lo quité y me miré en el espejo, ya había envejecido. Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado. Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario como un perro tolerado por la gerencia por ser inofensivo y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime. Esencia musical de mis versos inútiles, ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho, y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente, pisoteando la conciencia de estar existiendo como una alfombra en la que tropieza un borracho o una estera que robaron los gitanos y no valía nada. Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta. Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta, y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal. Morirá él y moriré yo. Él dejará la muestra y yo dejaré versos. En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también. Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra, y la lengua en que fueron escritos los versos, morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto. En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así como gente continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras, siempre una cosa enfrente de la otra, siempre una cosa tan inútil como la otra, siempre lo imposible tan estúpido como lo real, siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie, siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra. Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?), y la realidad plausible cae de repente encima de mí. Me incorporo a medias con energía, convencido, humano, y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario. Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos. Sigo al humo como a una ruta propia, y disfruto, en un momento sensitivo y competente, la liberación de todas las especulaciones y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto. Después me echo para atrás en la silla y continúo fumando. Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando. (Si me casase con la hija de mi lavandera a lo mejor sería feliz.) Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana. El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?). Ah, lo conozco: es el Esteves sin metafísica. (El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.) Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto. Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves!, y el Universo se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído. |
domingo, 9 de diciembre de 2012
viernes, 30 de noviembre de 2012
Más rápido, que tengo prisa
Enviado por Eréndira vía correo electrónico:
Natalia Martín Cantero
La Catedral Vieja de Salamanca tardó cerca de tres siglos en construirse. La de Colonia, en Alemania, más de seis. Hace 80 años, cuando un trayecto en tren Madrid-Barcelona era todo un acontecimiento, los emigrantes se embarcaban durante dos o más meses para llegar a América. ¿Quién tiene hoy tiempo para eso?
La frase “no tengo tiempo” define una época en la que el minuto que tarda el semáforo en ponerse en verde se nos hace una eternidad, y quien más quien menos se sube por las paredes si sus mensajes de WhatsApp tardan más de cinco segundos en recibir respuesta. Las consecuencias se dejan notar en todas las esferas de la vida. Matrimonios efímeros (España está a la cabeza de Europa en tasas de divorcios), niños educados en las prisas, un medioambiente que no resiste nuestro embate y, por supuesto, problemas de salud. Desde la obesidad al insomnio (uno de cada cinco españoles tiene dificultades para conciliar el sueño), problemas de corazón, diabetes 2 o ansiedad. Esta epidemia del siglo XXI se extiende imparable: el 18,5 por ciento de los pacientes españoles de atención primaria presenta algún trastorno de ansiedad.
“Nadie se daba cuenta de que, al ahorrar tiempo, en realidad ahorraba otra cosa. Nadie quería darse cuenta de que su vida se volvía cada vez más pobre, más monótona y más fría”, escribe Michael Ende en "Momo", un clásico que conviene recuperar: que levante la mano quien no haya tenido esta sensación en los últimos días.
“La verdadera revolución radica en no sumarse a la estridencia colectiva y a su vértigo. Esto se manifiesta de miles de formas distintas en el día a día”, señala Ángeles Parra, directora de Biocultura, en el número especial dedicado a la aceleración del tiempo de la revista The Ecologist. “Que las mujeres den a luz cuando tengan que hacerlo y no cuando lo digan los obstetras. Que los frutos maduren en los árboles y las plantas y no en cámaras frigoríficas. ¿Para qué ir corriendo si no se sabe siquiera adónde se va?”, se pregunta Parra.
Cuando uno corre sin saber a dónde va, como dice Parra, se arriesga a que lo persigan algunos compañeros de viaje poco deseables: un estado irritable, antisocial y poco tolerante; conflictos con la pareja, familiares y amigos y pérdida de interés en actividades antes gratas para la persona, según señala Mario Rodríguez, del Centro de Investigación Psicológica de la Universidad de Guadalajara (México). A medio plazo, escribe Rodríguez, este estilo de vida puede causar depresión, cambios en el estado de ánimo, hipertensión y enfermedades gastrointestinales, obesidad y padecimientos cardiovasculares. “Las personas estresadas piensan menos en los demás. No hacen frente a sus problemas, sino que los evaden. Comienzan a aislarse y sólo quieren dormir”, indica.
Los mil y uno sistemas de mensajería disponibles en la actualidad permiten una inmediatez impensable hace cuatro días y pueden convertirse en valiosas herramientas, devoradores de tiempo o, con gran frecuencia, ambas cosas a la vez. Todo depende de cómo los utilicemos y de que sea el usuario, y no la tecnología, quien imponga su ritmo.
“El problema surge cuando las prisas forman parte de nuestro ritmo vital”, señala el escritor Ramiro Pinto. Para Pinto, la prisa se instala como una sensación permanente, independientemente de que tengamos que ir rápido o no. Esta sensación es lo que llamamos estrés. “Normalizamos tal sensación, al querer justificarla, y hacemos más y más cosas porque tenemos prisa. O mejor dicho: tenemos sensación de prisa. O sea, no tenemos prisa porque tengamos mucho que hacer, sino que hacemos muchas cosas porque sentimos la prisa dentro de nosotros”.
Ya en 1999 el maestro zen Dokushô Villalba señalaba que la medida del tiempo está marcada por la velocidad alcanzada por la información al pasar de un transmisor a un receptor. “Al acelerarse esta velocidad mediante la revolución que ha supuesto Internet (…), todo en nuestra vida cotidiana ha experimentado una aceleración paralela”.
La clave para evitar esta carrera de pollos sin cabeza fruto de la aceleración desmesurada es aprender a frenar. Hacer una pausa. O, si se prefiere, seguir los consejos de Goethe: “uno debería, cada día, intentar escuchar una pequeña canción, leer un buen poema, ver un bonito cuadro, y, a ser posible, expresar algunas palabras razonables”.
Ilustración: Timeless (sin tiempo), por Martín Orza.
Huitlacoche, la “trufa” mexicana
MÉXICO, D.F., noviembre 27 (EL UNIVERSAL).-
Considerada por chefs nacionales e internacionales como la “trufa” mexicana, el huitlacoche es uno de los ingredientes más característicos de la gastronomía prehispánica y el jueves fue el tema de la serie Historias Sabrosas de Canal 22.
Se trata de un hongo que habita en la mazorca y que una vez sazonado suele acompañar platillos típicos como quesadillas, sopes y ensaladas.
El punto de partida para explorar las bondades y exquisiteces del huitlacoche será la zona arqueológica de Cacaxtla, en el sur de Tlaxcala, donde además se abordará el origen de este pueblo y su cultura.
La conductora de Historias Sabrosas, Ana Saldaña, transmitirá desde el principal asentamiento de la cultura Olmeca y brindará consejos para comprar huitlacoche en los lugares adecuados y las condiciones idóneas para el hongo, cuyo sabor es reconocido a nivel mundial y forma parte de una cocina generosa en delicias.
En 2010 la comida mexicana fue proclamada patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por la Organización de Naciones Unidas para la Ciencia y Cultura (UNESCO) y el programa Historias Sabrosas intenta testimoniar el porqué de tal distinción.
Considerada por chefs nacionales e internacionales como la “trufa” mexicana, el huitlacoche es uno de los ingredientes más característicos de la gastronomía prehispánica y el jueves fue el tema de la serie Historias Sabrosas de Canal 22.
Se trata de un hongo que habita en la mazorca y que una vez sazonado suele acompañar platillos típicos como quesadillas, sopes y ensaladas.
El punto de partida para explorar las bondades y exquisiteces del huitlacoche será la zona arqueológica de Cacaxtla, en el sur de Tlaxcala, donde además se abordará el origen de este pueblo y su cultura.
La conductora de Historias Sabrosas, Ana Saldaña, transmitirá desde el principal asentamiento de la cultura Olmeca y brindará consejos para comprar huitlacoche en los lugares adecuados y las condiciones idóneas para el hongo, cuyo sabor es reconocido a nivel mundial y forma parte de una cocina generosa en delicias.
En 2010 la comida mexicana fue proclamada patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por la Organización de Naciones Unidas para la Ciencia y Cultura (UNESCO) y el programa Historias Sabrosas intenta testimoniar el porqué de tal distinción.
Olímpicos
Un hombre conoció una linda mujer y decidió casarse con ella inmediatamente.
-Ella le dice: - Pero no sabemos nada uno del otro...
-El respondió: - No hay problema, nos conoceremos con el tiempo.
Ella aceptó. Se casaron y fueron a pasar la luna de miel a un lujoso resort.
Cierta mañana, estaban ambos recostados junto a la piscina, cuando él se levantó, subió al trampolín de 10 metros realizó una perfecta demostración de todos los saltos que existen y regresó junto a la esposa.
Ella le dice: - Eso fue increíble!
- Fui campeón olímpico de saltos ornamentales.
Te dije que nos conoceríamos con el tiempo- respondió él.
En eso, ella se levanta, entra en la piscina y comienza a nadar, ida y vuelta con impresionante velocidad. Después de 40 piletas, sale y se va a recostar junto al marido, sin demostrar ningún cansancio.
El dice: - Estoy sorprendido!, ¿fuiste nadadora olímpica?
-No, - explicó la dama - fui puta en Venecia y atendía a domicilio.
-Ella le dice: - Pero no sabemos nada uno del otro...
-El respondió: - No hay problema, nos conoceremos con el tiempo.
Ella aceptó. Se casaron y fueron a pasar la luna de miel a un lujoso resort.
Cierta mañana, estaban ambos recostados junto a la piscina, cuando él se levantó, subió al trampolín de 10 metros realizó una perfecta demostración de todos los saltos que existen y regresó junto a la esposa.
Ella le dice: - Eso fue increíble!
- Fui campeón olímpico de saltos ornamentales.
Te dije que nos conoceríamos con el tiempo- respondió él.
En eso, ella se levanta, entra en la piscina y comienza a nadar, ida y vuelta con impresionante velocidad. Después de 40 piletas, sale y se va a recostar junto al marido, sin demostrar ningún cansancio.
El dice: - Estoy sorprendido!, ¿fuiste nadadora olímpica?
-No, - explicó la dama - fui puta en Venecia y atendía a domicilio.
Trufa negra, los diamantes comestibles
MÉXICO, D.F., noviembre 27 (EL UNIVERSAL).-
De color negro, delicado sabor y muy apreciadas en la cocina europea, por ejemplo, la francesa y la italiana, las trufas son unos hongos tubérculos que se desarrollan debajo de la tierra, como las papas y las zanahorias, y cuya recolección se da entre noviembre y marzo.
Conocidas también como "diamantes negros", las trufas negras son productos de la tierra, muy difíciles de encontrar, aunque hay una gran variedad, la más cotizada es la blanca, incluso se dice que "es más cara que el oro".
El chef italiano Alessandro Sala comenta que el sabor de este fruto de la tierra es muy particular, y que puede combinarse perfectamente con carnes rojas, como es el cerdo; las cremas, y verduras, y es tan apetecible tanto en platos fríos como calientes.
El chef de L’Ostería del Becco de Polanco, señala que en este restaurante se puede apreciar el sabor de la trufa en distintas preparaciones, como es el "risotto al fungh e tartufo" que lleva hongos y trufa negra.
Cabe señalar que las trufas se desarrollan en asociación con las raíces de ciertos árboles como los encinos, los robles y los avellanos. Los tamaños de estos hongos tubérculos van desde pequeños, como el tamaño de un chícharo hasta el de una naranja, aunque se han registrado ejemplares de 700 gramos, pero han sido casos excepcionales.
Alcanzan precios muy elevados debido a que resultan difíciles de localizar.
Existen unas 70 especies de trufas, 32 de éstas se dan en Europa, y las dos especies más buscadas y apreciadas son: la trufa negra (Tuber melanosporum) y la trufa blanca, Criadilla de tierra (Tuber magnatum).
Aunque existen otras especies que también son comestibles y que pueden comercializarse como la Tuber aestivum (Trufa estival, Tufa de verano, Trufa de San Juan), la Tuber albidum , laTuber brumale (Trufa machenca), la Tuber mesentericum y la Tuber uncinatum.
Pueden consumirse, frescas, crudas o cocidas; a rodajas o ralladas en polvo fino. Como ingrediente le da un sabor inigualable a muchos platos: carnes, caza, aves, patés y ensaladas.
Está estrechamente asociada al Foie. La forma más sencilla es tomarla con pan, aceite de oliva virgen y una pizca de sal. Como entrante: lavadas o cocidas en vino, con sal y pimienta.
De color negro, delicado sabor y muy apreciadas en la cocina europea, por ejemplo, la francesa y la italiana, las trufas son unos hongos tubérculos que se desarrollan debajo de la tierra, como las papas y las zanahorias, y cuya recolección se da entre noviembre y marzo.
Conocidas también como "diamantes negros", las trufas negras son productos de la tierra, muy difíciles de encontrar, aunque hay una gran variedad, la más cotizada es la blanca, incluso se dice que "es más cara que el oro".
El chef italiano Alessandro Sala comenta que el sabor de este fruto de la tierra es muy particular, y que puede combinarse perfectamente con carnes rojas, como es el cerdo; las cremas, y verduras, y es tan apetecible tanto en platos fríos como calientes.
El chef de L’Ostería del Becco de Polanco, señala que en este restaurante se puede apreciar el sabor de la trufa en distintas preparaciones, como es el "risotto al fungh e tartufo" que lleva hongos y trufa negra.
Cabe señalar que las trufas se desarrollan en asociación con las raíces de ciertos árboles como los encinos, los robles y los avellanos. Los tamaños de estos hongos tubérculos van desde pequeños, como el tamaño de un chícharo hasta el de una naranja, aunque se han registrado ejemplares de 700 gramos, pero han sido casos excepcionales.
Alcanzan precios muy elevados debido a que resultan difíciles de localizar.
Existen unas 70 especies de trufas, 32 de éstas se dan en Europa, y las dos especies más buscadas y apreciadas son: la trufa negra (Tuber melanosporum) y la trufa blanca, Criadilla de tierra (Tuber magnatum).
Aunque existen otras especies que también son comestibles y que pueden comercializarse como la Tuber aestivum (Trufa estival, Tufa de verano, Trufa de San Juan), la Tuber albidum , laTuber brumale (Trufa machenca), la Tuber mesentericum y la Tuber uncinatum.
Pueden consumirse, frescas, crudas o cocidas; a rodajas o ralladas en polvo fino. Como ingrediente le da un sabor inigualable a muchos platos: carnes, caza, aves, patés y ensaladas.
Está estrechamente asociada al Foie. La forma más sencilla es tomarla con pan, aceite de oliva virgen y una pizca de sal. Como entrante: lavadas o cocidas en vino, con sal y pimienta.
martes, 13 de noviembre de 2012
Condenados a muerte piden comida chatarra antes de morir
Taringa:
Investigadores descubrieron que los reos eligen comida rápida antes de ser ejecutados. Muchos ingirieron hasta 29 mil calorías
La comida rápida es elegida por los presos sentenciados a muerte en .
¿Qué de boca llevarse al otro mundo? El privilegio de los condenados a muerte en EE.UU. de pedir una última comida especial puede ofrecer algunas claves inesperadas sobre los mecanismos de una mente humana enfrentada de forma inequívoca a su propia muerte. Un grupo de investigadores de la Universidad Cornell analizó por primera vez en profundidad comidas escogidas por estos presos y, para su propia sorpresa, descubrieron que había un patrón común. Estudiado a fondo, el listado de últimas comidas no era una relación aleatoria de menús, sino que conformaban un conjunto de platos que dicen mucho sobre “el surrealismo de las ejecuciones contemporáneas”.
Para empezar, los investigadores descubrieron que las comidas que piden los reos no se parecen en nada al tópico extendido en libros y encuestas entre celebridades sobre cuál sería su última cena. Ni jugosos filetes de carne roja, ni bandejas de delicioso marisco. Los condenados eligen comida rápida, en muchas ocasiones de marcas populares; mucha caloría concentrada en importantes cantidades de comida basura. “La elección de marcas que encontramos en nuestro análisis podría venir impulsada por un anhelo de familiaridad, de confort asociado con su pasado”, explica Kevin Kniffin, uno de los investigadores.
El 40% de los presos reclamó en su menú alguna marca concreta. La más popular de todas es Coca-Cola, presente en el 16% de los 247 casos estudiados (de 2002 a 2006). Las preferencias entre compañías de fast-food están muy repartidas (McDonalds, KFC, Wendy’s, etcétera) y tienen una importancia vital para ese paladeo, último consuelo antes de afrontar su castigo. Tanto es así que, por ejemplo, Thomas Grasso —ejecutado en Oklahoma por ahogar a una anciana con un cable de bombillas de Navidad— quiso que sus últimas palabras en este mundo antes de morir por inyección letal fueran para quejarse del menú: “No me dieron SpaghettiOs [una marca de pasta], me pusieron espaguetis. Quiero que la prensa lo sepa”.
COSA DE DINERO
Los reos tienen dos únicas restricciones: nada de alcohol y un tope de gasto (flexible en función de la disponibilidad) que ronda los 40 dólares. Este detalle sería una traba importante para quien quisiera pedirse alguna delicatessen, pero la relación de peticiones indica que no van por ahí las voluntades de los condenados. De entre docenas de casos analizados, solo un preso de Ohio incluyó algo que pudiéramos denominar comida de gourmet: salteado de setas, brócoli, ensalada de lechuga verde con aliño francés, col, queso y filet mignon.
Lo cierto es que la apuesta es ultracalórica, ya que de media las peticiones suman más de 2.700 calorias en una sola comida: por encima de la ingesta recomendada para todo un día para un adulto sedentario. Los texanos hacen honor al estereotipo y los reos ejecutados en el estado de la estrella solitaria pidieron menús que de media se aproximaban a las 4.000 calorías alimento suficiente para alimentar convenientemente a un hombre durante dos días.
LA CENA MÁS ABUNDANTE
Mención aparte merece Gary Simmons, El Carnicero, quien logró que las autoridades de Misisipi le sirvieran una comida de 29.000 calorías. El piscolabis incluía una ración doble de Pizza Hut Suprema con champiñón, cebolla, jalapeños y pepperoni; una porción de pizza con tres quesos, aceitunas, pimiento, chorizo, tomate y ajo; 10 paquetes de 226 gramos de queso parmesano; un paquete familiar de Doritos de queso; 226 gramos de nachos con jalapeños; 114 gramos de jalapeños en rodajas; dos batidos grandes de fresa; dos Coca Cola de cereza; papas fritas supergigantes de McDonald’s con extra de ketchup y mayonesa; y dos barriles de helado de fresa.
Nada de tofu, nada de yogures, nada de frutos secos, poca verdura... Los presos estudiados (sólo dos mujeres) se quisieron despedir con la barriga llena de carne, esencialmente, y de comestibles poco recomendables para el consumo habitual. El alimento que más aparece (37,3%) es uno tan común como el pollo (ya sea frito, alitas, en sandwich…), seguido de hamburguesas (23,8%), filetes (21,8%), bacon (17,3%) y pescado o marisco (8,8%). Además, dos tercios de los ejecutados pidieron postre y en la mayoría de los casos no se conformaban con uno solo: tartas, bollos, helados y chocolate, pedido por el 17% de los presos y que los investigadores relacionan con el uso que se hace de este alimento para enfrentar situaciones de estrés.
También es llamativa la escasa presencia de los platos de origen italiano: solo el 6,9% de los presos pidieron pasta o pizza, cuando se trata de la comida favorita del 20,6% de los norteamericanos, según Oxfam. “Lo más probable es que estos patrones, como la ausencia de comidas vegetarianas, estén reflejando los orígenes socioeconómicos de quienes se encuentran en el corredor de la muerte en comparación con el resto de la población”, asegura Kniffin.
La ansiedad por ingerir más calorías en situaciones de inseguridad está largamente documentada. En los meses posteriores a los atentados del 11 de setiembre de 2011, el 9% de los ciudadanos de EE.UU. había experimentado un aumento de peso, según el Instituto Americano de Investigación Oncológica. Curiosamente, los alimentos que reclaman forman parte de esa ‘comida basura’ que consumen los norteamericanos para matar los ratos de aburrimiento, justo en los antípodas de la sensación de ansiedad.
Para empezar, los investigadores descubrieron que las comidas que piden los reos no se parecen en nada al tópico extendido en libros y encuestas entre celebridades sobre cuál sería su última cena. Ni jugosos filetes de carne roja, ni bandejas de delicioso marisco. Los condenados eligen comida rápida, en muchas ocasiones de marcas populares; mucha caloría concentrada en importantes cantidades de comida basura. “La elección de marcas que encontramos en nuestro análisis podría venir impulsada por un anhelo de familiaridad, de confort asociado con su pasado”, explica Kevin Kniffin, uno de los investigadores.
El 40% de los presos reclamó en su menú alguna marca concreta. La más popular de todas es Coca-Cola, presente en el 16% de los 247 casos estudiados (de 2002 a 2006). Las preferencias entre compañías de fast-food están muy repartidas (McDonalds, KFC, Wendy’s, etcétera) y tienen una importancia vital para ese paladeo, último consuelo antes de afrontar su castigo. Tanto es así que, por ejemplo, Thomas Grasso —ejecutado en Oklahoma por ahogar a una anciana con un cable de bombillas de Navidad— quiso que sus últimas palabras en este mundo antes de morir por inyección letal fueran para quejarse del menú: “No me dieron SpaghettiOs [una marca de pasta], me pusieron espaguetis. Quiero que la prensa lo sepa”.
COSA DE DINERO
Los reos tienen dos únicas restricciones: nada de alcohol y un tope de gasto (flexible en función de la disponibilidad) que ronda los 40 dólares. Este detalle sería una traba importante para quien quisiera pedirse alguna delicatessen, pero la relación de peticiones indica que no van por ahí las voluntades de los condenados. De entre docenas de casos analizados, solo un preso de Ohio incluyó algo que pudiéramos denominar comida de gourmet: salteado de setas, brócoli, ensalada de lechuga verde con aliño francés, col, queso y filet mignon.
Lo cierto es que la apuesta es ultracalórica, ya que de media las peticiones suman más de 2.700 calorias en una sola comida: por encima de la ingesta recomendada para todo un día para un adulto sedentario. Los texanos hacen honor al estereotipo y los reos ejecutados en el estado de la estrella solitaria pidieron menús que de media se aproximaban a las 4.000 calorías alimento suficiente para alimentar convenientemente a un hombre durante dos días.
LA CENA MÁS ABUNDANTE
Mención aparte merece Gary Simmons, El Carnicero, quien logró que las autoridades de Misisipi le sirvieran una comida de 29.000 calorías. El piscolabis incluía una ración doble de Pizza Hut Suprema con champiñón, cebolla, jalapeños y pepperoni; una porción de pizza con tres quesos, aceitunas, pimiento, chorizo, tomate y ajo; 10 paquetes de 226 gramos de queso parmesano; un paquete familiar de Doritos de queso; 226 gramos de nachos con jalapeños; 114 gramos de jalapeños en rodajas; dos batidos grandes de fresa; dos Coca Cola de cereza; papas fritas supergigantes de McDonald’s con extra de ketchup y mayonesa; y dos barriles de helado de fresa.
Nada de tofu, nada de yogures, nada de frutos secos, poca verdura... Los presos estudiados (sólo dos mujeres) se quisieron despedir con la barriga llena de carne, esencialmente, y de comestibles poco recomendables para el consumo habitual. El alimento que más aparece (37,3%) es uno tan común como el pollo (ya sea frito, alitas, en sandwich…), seguido de hamburguesas (23,8%), filetes (21,8%), bacon (17,3%) y pescado o marisco (8,8%). Además, dos tercios de los ejecutados pidieron postre y en la mayoría de los casos no se conformaban con uno solo: tartas, bollos, helados y chocolate, pedido por el 17% de los presos y que los investigadores relacionan con el uso que se hace de este alimento para enfrentar situaciones de estrés.
También es llamativa la escasa presencia de los platos de origen italiano: solo el 6,9% de los presos pidieron pasta o pizza, cuando se trata de la comida favorita del 20,6% de los norteamericanos, según Oxfam. “Lo más probable es que estos patrones, como la ausencia de comidas vegetarianas, estén reflejando los orígenes socioeconómicos de quienes se encuentran en el corredor de la muerte en comparación con el resto de la población”, asegura Kniffin.
La ansiedad por ingerir más calorías en situaciones de inseguridad está largamente documentada. En los meses posteriores a los atentados del 11 de setiembre de 2011, el 9% de los ciudadanos de EE.UU. había experimentado un aumento de peso, según el Instituto Americano de Investigación Oncológica. Curiosamente, los alimentos que reclaman forman parte de esa ‘comida basura’ que consumen los norteamericanos para matar los ratos de aburrimiento, justo en los antípodas de la sensación de ansiedad.
La última cena de 15 condenados a muerte
Fotografías de James Reynolds y Henry Hargreaves
John Wayne Gacy, violó y asesinó a 33 niños y adolescentes,
entre 1972 y 1978. Ejecutado a la edad de 52 años, mediante inyección letal, en
el Centro Correccional Stateville de Illinois, en 1994. Su última cena
consistió en pollo frito Kentucky, baked beans (judias cocinadas en salsa de
tomate picante), patatas fritas, un batido de chocolate y fresas (que no se le
sirvieron).
La pena de muerte aún es legal en muchos países del mundo,
como Afganistán, China, Corea del Norte, EE.UU, Egipto, India, Irán, Japón,
Pakistán, Sudán y Zambia, entre otros muchos. En los estados de EE.UU. que
tienen vigente la pena de muerte, los condenados tienen derecho a pedir una
última cena, acorde a un presupuesto máximo.
En Florida, las últimas cenas deben contener alimentos que
puedan ser adquiridos a nivel local y no pueden costar más de 40 dólares. El
alcohol no está permitido, ya que las cárceles no quieren percances con los
presidiarios. Los presos pueden presentar la solicitud un par de días antes de
su fecha de ejecución. Cuando la comida está lista, es llevada a la celda del
preso unas horas antes de la muerte. En Virginia, la comida tiene que ser
realizada por lo menos cuatro horas antes de la ejecución. La solicitud más
popular es una hamburguesa con queso y patatas fritas. La carne, el pollo frito
y los helados también son comunes.
Allen Lee Davis alias "Tiny" de 54 años, condenado,
por robo y 3 cargos de asesinato, a la Silla eléctrica en Florida, en el año
1999. Su última cena fue: cola de langosta, patatas fritas, camarones fritos,
almejas fritas y 2 rodajas de pan de ajo.
Lewis Gilbert fue declarado culpable del asesinato de un
guardia de seguridad y dos ancianos. Fue condenado a muerte y le dieron un
cóctel letal de drogas en la Penitenciaria del Estado de Oklahoma en el año
2003. La última cena fueron 2 tarrinas de helado de vainilla y algunos
cucuruchos.
Timothy McVeigh de 33 años de edad, condenado a muerte por
168 cargos de asesinato en Indiana. Ejecutado con inyección letal en el año
2001. Su última cena fue un kilo de helado de menta con trocitos de chocolate.
Thomas Treshawn Ivey fue condenado a muerte por matar a un
empresario y a un sargento de policía, en 1993. A los 34 años de edad, se le
administró una inyección letal en el Instituto Correccional de Broad River en
Carolina del Sur, en el año 2006. Para su última cena pidió un donut y un
batido de chocolate.
Ricky Ray Rector de 42 años, condenado a muerte por 2 cargos
por asesinato y ejecutado con inyección letal en 1992, en Arkansas. Su cena fue
un filete, pollo frito, zumo Kool-Aid de cereza y de postre pastel de nueces.
El pastel de nueces se lo reservó "para más tarde", segun le comunicó
al guardia que le acompañaba.
Gary Mark Gilmore cometió varios robos y dos asesinatos en
Utah. Su caso ganó repercusión internacional por haber pedido, el mismo, la
pena de muerte. Fue fusilado en la Prisión Estatal de Utah, en 1977. La cena
que pidió, la noche antes de su muerte a los 36 años, consistía en seis huevos
duros, pan y café. Sólo se bebió el café.
Ronnie Lee Gardner, 49 años de edad, condenado a pena de
muerte por robo en varias casas y 2 cargos por asesinato. Fusilado en el año
2010 en Utah. En su última cena tomó cola de langosta, filete, pastel de
manzana y helado de vainilla. Mientras comia, estuvo leyendo la trilogía de El
Señor de los Anillos.
Louis Jones Jr, ex sargento de las fuerzas especiales en
EEUU, fue declarado culpable del secuestro, violación y asesinato de una
compañera, también de las fuerzas especiales, de 19 años de edad, en Indiana.
Fue ejecutado en el Complejo Federal Correccional Terre Haute de Indiana, en el
año 2003. Su última cena consistió en una selección de frutas variadas.
Theodore "Ted" Bundy, 43 años de edad, condenado a
pena de muerte por violación, necrofilia, fuga de la cárcel y 35 cargos de
asesinato. Ejecutado en la silla eléctrica en 1989, en Florida. Declinó elegir
una cena especial y le dieron la última cena tradicional: filete poco hecho,
huevos fritos, patatas fritas en tiras, tostadas con manteca y jalea, leche y
un zumo de naranja.
James Hudson asesinó a una pareja de 64 años de edad con una
escopeta, con el antecedente además de haber disparado al hermano de uno de
ellos con el mismo arma, dos años antes. Condenado a muerte, fue ejecutado en
el Centro Correccional Greensville de Virginia, en el año 2004. Como última
cena pidió una galleta cream cracker y seis Coca Colas.
Eddie Lee Mays fue condenado a muerte por robo y asesinato y
ejecutado en la silla eléctrica en el Correccional de Sing Sing de Nueva York,
en 1963, a los 34 años de edad. Como último deseo rechazó la cena y pidió un
paquete de cigarrillos Pall Mall y una caja de cerillas.
Stephen Anderson, 49 años, condenado a muerte por robo en
viviendas, agresión, fuga de la cárcel y 7 cargos por asesinato. Ejecutado
mediante inyección letal en el año 2002, en California. Para su última cena
pidió dos sandwiches de queso a la plancha, queso cottage con rábano y maiz,
pastel y un helado con chips de chocolate.
Jackie Barron Wilson, culpable de violar y asesinar a la
niña Maggie Rhodes, de cinco años de edad, fue condenado a muerte y ejecutado
con inyección letal en la Penitenciaria del Estado de Texas, en el año 2006. Su
última cena fue una cebolla cruda, 2 coca colas y un paquete de chicles.
Victor Feguer, culpable de asesinato en Iowa en el año 1963,
fue condenado a muerte por ese cargo. Como última cena pidió una simple
aceituna. Segun él, al comer la aceituna, un olivo nacería de su cuerpo como un
símbolo de paz. Imagino, segun su exposición, que la pediria sin deshuesar.
Las imágenes de este artículo pertenecen a la colección del
fotógrafo Henry Hargreaves llamada "No Seconds" y al artista británico James
Reynolds en una serie de fotografías que documentan las solicitudes de los
condenados a muerte para su última cena antes de la ejecución.
Fuentes:
The Telegraph, James Reynolds, Henry Hargreaves, Slate.
lunes, 12 de noviembre de 2012
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