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Arturo Pérez-Reverte
XLSemanal - 25/6/2012
No siempre estoy de acuerdo con las decisiones colectivas de
la Real Academia Española. Mi agradecimiento por pertenecer a esa institución
no incluye la lealtad ciega. Contra ciertos aspectos de la última Ortografía,
por ejemplo, milito en abierta disidencia, como Javier Marías. Sin embargo,
otras cosas me calientan el orgullo. En lo que va de año llevo dos alegrías.
Una, el informe con que Ignacio Bosque demolió algunas disparatadas guías de
lenguaje no sexista, poniendo en su sitio a ciertos analfabetos, oportunistas y
cantamañanas. La otra alegría es la aparición, en la Biblioteca Clásica de la
RAE, que dirige el profesor Rico, de uno de los libros más importantes escritos
en lengua española; y quizá, junto a la Crónica de Muntaner -los almogávares en
Bizancio- el más apasionante de todos: Historia verdadera de la conquista de la
Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo.
Si les gusta la Historia, si aman los buenos relatos de
guerra y aventuras, si quieren asistir a una de las más grandes y terribles hazañas
de la Historia, si desean conocer de primera mano el sangriento prodigio que
fue la conquista de México por una pequeña tropa de españoles ambiciosos,
valientes, crueles y duros como la ingrata tierra que los parió, vayan a una
librería y cojan uno de esos volúmenes azules con el emblema de la RAE -éste,
el más grueso de todos, cuesta lo que tres entradas de cine-. Luego ábranlo al
azar y lean algo. Con suerte darán en el capítulo 86, donde los conquistadores
empiezan a abrirse camino desde Cholula; o en el 129, donde comienza el asedio
de Tenochtitlán. O en el capítulo anterior, el 128, donde se cuenta cómo en
plena noche, bajo la lluvia, los españoles intentan romper el cerco y escapar
de la ciudad, peleando con los valerosos aztecas que les caen encima por
millares y arrastran a los prisioneros a los templos para sacrificarlos, y cómo
el plan original se va al diablo en el caos del combate -«si había algún
concierto, maldito aquel»-; y mientras todos pelean en la estrecha calzada,
matando y muriendo, Cortés, que va a caballo con el tesoro y las mujeres,
escapa y sigue adelante; pero requerido por sus hombres vuelve atrás a socorrer
a los rezagados, y ya sólo encuentra a Alvarado, que corre en la oscuridad
seguido por cuatro españoles y ocho fieles tlaxcaltecas empapados de lluvia y
de sangre; y viendo que tras ellos no vienen más, que de la retaguardia sólo
quedan ésos, «se le saltaron las lágrimas de los ojos». Bernal Díaz del
Castillo no era un historiador ni un literato. Era un soldado profesional que
había leído libros y tenía el talento, el don magnífico, de juntar palabras con
una naturalidad, una limpieza y una honradez envidiables. Escribió sus
recuerdos de la conquista de México -«lo que yo vi y me hallé en ello
peleando»- muchos años después, viejo y cansado, tras ver cómo los advenedizos,
funcionarios y parásitos llegados de España se enriquecían en la tierra que él
conquistó y en la que quedó mal pagado y casi pobre. Escribió con asombrosa
fidelidad y atención al detalle, sin trompetazos ni alardes, con una sencillez
pasmosa; humilde siempre, excepto para revindicar el orgullo legítimo de haber
estado allí. De sus sufrimientos y peligros. Harto de versiones de segunda mano
y manipulaciones de los hechos que él vivió en carne herida -ciento cuarenta
combates durante su larga vida de soldado-, el anciano veterano de Cortés,
superviviente de una de las más asombrosas gestas que vieron los siglos, quiso
poner las cosas en su sitio. Hacer honor a la memoria de sus compañeros muertos
y a la suya propia, porque «soy viejo de más de ochenta y cuatro años y he
perdido la vista y el oír, y por mi ventura no tengo otra riqueza que dejar a
mis hijos y descendientes, salvo esta mi verdadera y notable relación».El libro
de Bernal Díaz del Castillo es tan fascinante y extraordinario que resulta
imprescindible en la memoria y la certeza histórica de cualquier español de
honrada casta. Pero no sólo eso. La Historia verdadera cuenta también de modo
asombroso el final de un mundo y el terrible crujido que hizo nacer otro nuevo.
El retrato minucioso de aquellos hombres increíbles que se abrieron paso por
una tierra desconocida y hostil, haciéndola propia a arcabuzazos y cuchilladas,
no es sólo una historia española, sino también, y sobre todo, una historia
mexicana. Cuando el autor cuenta que tras la toma de Tenochtitlán se hizo el
recuento de las mujeres indias que iban con los conquistadores, añade que
«algunas de ellas estaban ya preñadas»: para mal y para bien, los primeros
nuevos mexicanos estaban a punto de nacer. Por eso Bernal Díaz del Castillo y
sus camaradas son hoy más de allí que de aquí. Por la sangre vertida. Por la
sangre mezclada.
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