Enviado vía correo electrónico por Becky.
Adiós, Manolo
XLSemanal - 28/5/2012
De compras. Me atiende una señora con acento eslavo, de un
metro ochenta de estatura a ojo de buen cubero, con el pelo rubio y los ojos
claros. De ésas que dan miedo. O casi. Hechos los trámites, llama a dos
empleados, y éstos se ocupan del resto de la operación. Uno es un rumano
eficiente que se ocupa de mí con diligencia, y hablando un español casi
perfecto, me advierte: «Cuidado con esta pieza, que es muy jodida y se suelta».
Lo de muy jodida lo ha dicho con el desparpajo y la naturalidad de quien le tiene
tomado el punto a la pieza que se suelta y al habla de Cervantes. Integrado
total. El otro empleado es un joven azteca, o maya, o lo que sea. Uno de allí,
con un magnífico pelo negro, la piel cobriza y unos ojos oscuros e
inteligentes. También son ojos orgullosos. Hace un momento, mientras brujuleaba
por la tienda, tuve ocasión de presenciar una escena de ese mismo joven con un
cliente ligeramente estúpido, y de advertir la mirada que le dirigió el indio
cuando al otro se le fue un poco la mano en el trato. Si te llego a pillar en
Tenochtitlán aquella noche -decía elocuente esa mirada- me hago un llavero con
tus pelotas. Incluso si te encuentro un sábado por la noche, de copas, igual me
lo hago. Huevón.
El caso es que salgo de la tienda satisfecho, porque además
de eficientes son gente amable, que sabe lo que importa un cliente en estos
tiempos. En la puerta me paro a dejar pasar a tres niños que vienen del cole
con mochilas a la espalda, hablando de sus cosas. Deben de andar por los ocho o
diez años. Dos son chinos totales, y uno de ellos lleva una felpa -detesto
discúlpenme, la sucia palabra sudadera- del Real Madrid y les está diciendo a
los otros algo que acaba con la frase «os lo juro, tíos». Me lo quedo mirando
con media sonrisa en la boca y la otra media en la tienda de la que acabo de
salir, y me digo: ahí los tienes, chaval. En los últimos veinte minutos has
visto a seis personas, y sólo los padres de dos nacieron aquí. Y acaba de pasar
un chino de Lavapiés, hincha del Madrid, con un acento castizo que te vas de
vareta. Ésta es la España que hay, concluyo. Y la que viene. La que va siendo.
Y a lo mejor por ahí nos salvamos, al final. O se salvan nuestros
descendientes. Cuando pasen los tiempos de la purga, de la penitencia por lo
que fuimos y aún somos, y nuestra mala simiente ancestral se diluya por fin en
la genética, y otra generación de españoles diferentes nos borre del
mapa.Camino detrás de los tres críos, observándolos mientras pienso en todo
eso. En que dentro de unos años, sus nietos se mezclarán con los de la
bolchevique rubia de la tienda, del americano de ojos orgullosos e
inteligentes, del rumano que sabe que las piezas son jodidas y se sueltan. Y de
esos fascinantes cruces de caminos del azar y la vida, saldrán españoles
nuevos: jóvenes gloriosamente mestizos, con la mirada orgullosa del indio en
unos ojos rasgados y asiáticos que tengan el color claro de la ucraniana de la
tienda y la inteligencia del rumano de eficaz parla cervantina, aliñados tal
vez con el valor desesperado del africano que se jugó la vida a bordo de una
patera. Españoles felizmente distintos, nuevos, mezclados entre sí, que rompan
nuestra estúpida inercia para generar, como ocurre en los buenos mestizajes,
hombres y mujeres más atractivos, imaginativos e inteligentes. Sobre todo, cada
vez más lejos de los fantasmas y odios viscerales que emponzoñan este lóbrego
patio de vecinos llamado España. Gente distinta, a cuya sangre mezclada y
renovada importen un carajo las secuelas no resueltas de las guerras carlistas,
la guerra del Segador, los mártires de la Cruzada, los fusilados del
franquismo, el fuero de los Monegros, el Estatut de Úbeda y toda nuestra larga
enfermedad histórica. Nuestra puerca estirpe de insolidaridad, vileza y mala
leche. Nacerán así españoles nuevos, prácticos, que se rían en la cara de los
sinvergüenzas que ofrecen euros a cincuenta céntimos, esqueletos de armario,
errehaches y endogamias catetas. Que se vayan a la cama juntos, se preñen unos
a otros y nos preñen a todos tantas veces como haga falta, hasta que lo
importante, lo necesario, se dibujen con nitidez en la retina de nuestra
estirpe. Hasta que nazca, al fin, un español que busque el futuro en vez de la
manera de hacerle la puñeta al vecino, o vengar a su abuelo. Puestos a ser
analfabetos -eso ya parece irremediable-, seamos al menos analfabetos guapos,
con ojos verdes, ritmo africano y latino en las venas, andares de mulata
hermosa, aplomo de eslavos tenaces, coraje de sangre moruna. Y al tradicional
Manolo moreno, bajito, limitado, fanático de las fiestas de su pueblo, de la
efigie del santo patrón y de la última y puta guerra civil, que le vayan
dando.
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