Entrevista con Gilles
Lipovetsky:
LA IDENTIDAD SE CONSTRUYE
HOY CON MARCAS COMERCIALES
Milenio
Gilles Lipovetsky (París, 1944), uno de los 12 intelectuales franceses más influyentes según la revista "Le Nouvel Observateur", habla para Milenio Semanal de su último libro, "La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada" (Barcelona, Anagrama, 2010), coescrito con Jean Serroy. En esta conversación, el filósofo comparte sus ideas sobre los cinco fenómenos que han redefinido nuestros hábitos y han provocado las crisis que vivimos: el mercado, la tecnociencia, las industrias culturales, el consumo y el individualismo.
M: En su libro habla de varios fenómenos que han provocado cambios profundos en nuestra sociedad. Usted llama a esa transformación “la cultura-mundo”. ¿En qué sentido la globalización no es sólo una realidad económica sino también —y sobre todo— una cultura?
GL: Cuando se habla de la globalización, uno piensa inmediatamente en factores geoestratégicos o geopolíticos (la desaparición de la Unión Soviética, por ejemplo), pero es también una cultura, un modo de conciencia, de percepción, un sistema de valores desde el cual se percibe un mundo donde las fronteras se erosionan. En primer lugar, es una cultura de mercado. Sabemos que el mercado no es una invención actual, pues siempre ha habido una cierta cultura de mercado, la cultura de la rentabilidad. Sin embargo, esta cultura era limitada en varios sentidos: limitada en el espacio, pues el mundo del mercado era el mundo occidental.
Hoy en día, la cultura de mercado es planetaria —estoy incluyendo a China. Ya no hay un solo país que esté al margen de la empresa privada, del mundo de la competitividad y la rentabilidad. La lógica del mercado ha invadido las esferas que antes estaban protegidas, incluyendo la esfera educativa. Las escuelas, las universidades están en una competencia mundial, deben ganar dinero, y los museos sirven a los intereses económicos de la región. En segundo lugar, el libro habla también de la tecnociencia como algo que va más allá de la técnica, pues ésta ha creado una cultura planetaria. Tomar el teléfono, bañarse en la regadera, tomar una pastilla, usar una computadora son hoy en día gestos elementales que se han vuelto planetarios.
En tercer lugar, aparecen los medios masivos de comunicación, es decir, las industrias culturales: la televisión, el cine, la música. No hay ninguna nación que esté fuera de este desarrollo de los instrumentos de comunicación. Cuando murió Michael Jackson, todas las generaciones jóvenes —incluyendo las chinas— se enteraron. Todos nos hemos convertido en consumidores de cultura, de películas, de programas de televisión, con la hegemonía estadunidense actual que domina ampliamente el mercado de las industrias culturales —el cine estadunidense ocupa 85 por ciento de las plazas de exhibición.
La aparición de internet hace 20 años ha cambiado los medios, ya que participamos en la comunicación instantánea que elimina las distancias: lo lejano lo es menos porque uno está en contacto con la gente o con los acontecimientos del otro lado del mundo. Quiero aclarar que este acercamiento no significa que han desaparecido los conflictos. Por ejemplo, todos usan software estadunidense, e incluyo a los países árabes donde se detesta y rechaza a Occidente y en particular a Estados Unidos.
Los latinoamericanos tienen una percepción de la realidad diferente de la de los gringos. Pero hay una conciencia planetaria que no ha destruido las diferencias culturales. Empero, se utilizan las mismas herramientas, pero las diferencias culturales están a la vista. La paradoja consiste en que nunca antes el mundo occidental había sido tan penetrante (pues la técnica y el mercado son occidentales) y tan rechazado.
En América Latina las ciudades se vacían los domingos, a excepción de los centros comerciales, que son el lugar de encuentro. Las encuestas muestran que una de las motivaciones principales del turismo es ir de compras. Los turistas tendrán acceso a las mismas marcas, pero eso no importa: irán a Nueva York. ¿Por qué allí? ¿Para ir al Museo de Arte Moderno? No, para ir de compras. Las compras (el shopping) se ha convertido en una actividad turística masiva. Los modos de vida se han vuelto completamente dependientes de las lógicas de las marcas y del consumo para la mayor parte de las actividades de ocio. Nos hemos vuelto hiperconsumidores.
Y observamos hoy en día que esta aspiración al consumo ha ganado por completo a los países emergentes. Hay un verdadero fetichismo del consumo de marcas en China, Rusia o Brasil: estudios muestran que los jóvenes conocen mejor los nombres de las marcas de lujo que los nombres de personajes de la historia, la literatura o la religión. Y esto se relaciona con el primer punto. Es decir, que anteriormente las élites estudiaban Humanidades y ahora se inscriben en las Escuelas de Negocios porque es allí donde se gana dinero. Y con el dinero uno puede consumir. Allí es donde uno ve la coherencia de esta cultura-mundo.
M: ¿Dónde están, entonces, los verdaderos desafíos de esta cultura-mundo?
GL: El primero y más importante de los desafíos, en el corto plazo, tiene que ver con las desigualdades sociales. Tanto en Europa como en el resto del mundo es la misma cosa: hay una enorme brecha entre los individuos. Ustedes en América Latina tienen perfecto conocimiento de esto. Todo ocurre de tal manera que hay personas que tienen acceso a esta cultura de mercado y de los medios, y otras que no entran a ese mundo.
Las ciudades donde antes había un espacio público generalizado tienen ahora sectores con sus propias reglas y su propia vigilancia; pero son los olvidados, aquellos que se quedan fuera de ese circuito, aquellos que no entran en la competitividad mundial quienes representan un enorme desafío. Si uno no educa a estas personas, va a reproducir esta fractura y eso crea una sociedad de inseguridad detestable que se volverá contra nosotros.
El segundo desafío es el individualismo, que, llevado al extremo, crea ansiedad y también nuevas formas de comunitarismo. Creo que esto será inevitable en el futuro, pues el individualismo hace estallar los controles, las comunidades. Algunas personas se las arreglan, pero otras se sienten totalmente perdidas. Esto abre la puerta a los gurús, a las sectas, a nuevas comunidades fanáticas.
El tercer desafío es la globalización, pues ha desarrollado nuevas redes criminales a nivel mundial, como las de la droga, que son una amenaza constante para la paz, la seguridad de las personas e incluso para la democracia. El problema es grave. Le diré francamente lo que pienso: creo que nos equivocamos en mantener una política de prohibición de la droga. En ese sentido soy liberal. Tenemos el ejemplo de la prohibición del alcohol en los Estados Unidos, que fracasó, pues creó a Al Capone. Si queremos luchar contra estas redes criminales, debemos dejar de prohibir el consumo de drogas y el Estado debe crear sistemas de control que sequen las redes mafiosas y permitan una mayor higiene pública y menos riesgos de sobredosis.
En este momento gastamos millones de dólares a escala planetaria para luchar contra estas redes; si retroceden en un país, se desplazan a otro lugar y aumentan en países como México. Desde hace 30 o 40 años se dirige una guerra con un presupuesto gigantesco. El error está en el punto de partida, es un error político pues es una guerra perdida de antemano.
El cuarto desafío es la cultura. ¿De qué manera la escuela y la cultura pueden rivalizar con la televisión, con el internet, con las distracciones? Hay una serie de fenómenos que han provocado que la cultura haya perdido el estatus del que gozaba antes, que la han hecho menos deseable, que la han convertido en un elemento de consumo. Porque la cultura de consumo tiene un poder de seducción, de atracción, de pasividad que no tiene la cultura.
Dicho esto, hay que señalar que éste es menos grave que los otros desafíos. Creo que la época en que la cultura era sagrada pertenece al pasado. La cultura tiene hoy menos peso, menos importancia simbólica en la vida de la gente, y al mismo tiempo hay mucha más gente que tiene acceso a la cultura.
La reforma tiene que provenir de los consumidores; si no se tienen las claves, uno podrá dejar los museos abiertos y gratuitos y la gente no irá. Los verdaderos problemas culturales se encuentran en que cada vez más gente tiene dificultad para leer, incluso en los países desarrollados. Hay un fracaso escolar, en la educación básica, y eso es intolerable, inadmisible, un verdadero escándalo. Entiendo que reformar el sistema monetario internacional puede ser complicado, y dudo que sea posible transformar la tecnociencia. En cambio, que gente que pasa 10 años en la escuela no pueda leer correctamente es completamente ininteligible. Es un fracaso y un escándalo.
La gente tiene gustos diferentes. A uno le puede gustar algo kitsch y al mismo tiempo ser un lector de Marcel Proust. La cultura-mundo favorece este tipo de contrastes. En Francia hay una cadena de televisión que se llama Arte que hace cosas realmente buenas, de calidad y accesibles, y sólo tiene 30 por ciento de audiencia; pero uno no va a forzar a la gente a ver Arte. Es por ello que insisto en el punto de partida, en la educación. Es muy importante que la gente tenga opciones.
M: La moderación es importante para usted. ¿Es posible lograr el justo medio en una sociedad dominada por la lógica del exceso?
GL: Nosotros tenemos un sistema hiper que se caracteriza por el exceso: el exceso financiero, de créditos, en la renovación de todas las cosas, y este exceso es ante todo peligroso para la economía, para el empleo, para el equilibrio del planeta e incluso para los individuos pues estamos en sociedades hiper pero no somos hiperfelices: el hiper ha dado como resultado la ansiedad, la depresión, el malestar, los suicidios.
Por otra parte, al escuchar a la gente vemos que una gran parte de sus aspiraciones tienen que ver con la moderación. Sí, la gente quiere consumir, pero si uno entra en el detalle, no es el exceso lo que les interesa; por ejemplo, las mujeres desean poder equilibrar la vida profesional y el hogar sin renunciar a ambas cosas. Allí está el gran ideal: encontrar la moderación para no sacrificar ni el trabajo ni la familia. Esto es importante, pues las mujeres representan 50 por ciento de la humanidad. Es difícil encontrar este equilibrio, pues la cultura-mundo empuja a la competencia, y ésta conlleva una lógica de exceso: hay que ganar, ser mejor que los demás.
Sabemos que los grandes modelos llevados al extremo son malos. La economía administrada, como la hicieron los soviéticos, es detestable porque impide la libertad individual y el bienestar colectivo. Pero el liberalismo en exceso es indeseable también, ya vimos el precio que hay que pagar. El mercado es necesario pero con regulación. Algunas regulaciones deben ser impuestas por el Estado, y otras no: no en lo que respecta a la vida individual, pues es una sabiduría que cada quien se busca por sí mismo.
En esta época necesitamos una regulación mundial. El exceso es algo negativo que conduce al caos y al desorden. El exceso puede dar una satisfacción puntual, como la borrachera, pero en general se paga cara y en todo caso tiene un riesgo. Por ello, el exceso no puede ser un ideal. El equilibrio o la moderación, sí.
Hoy en día hay centenas de millones de personas que viven una vida aceptable. La apertura del mercado ha creado economías como la china, la india, la brasileña y otras que se encuentran en un camino que las acerca a un mundo de bienestar, aunque no sea totalmente un mundo satisfactorio. Sin embargo, los ecologistas radicales dicen que ésta es una ensoñación que vamos a pagar muy cara, pues el planeta no podrá soportar el modo de vida occidental, ya que no hay suficientes minerales, habrá mucha más contaminación y, en fin, que este tipo de vida nos conducirá al desastre. Creo que este argumento es exacto, pues necesitaríamos seis planetas si todo el mundo consumiera como los estadunidenses y los europeos, y no los tenemos.
Entonces, ¿qué vamos a hacer? Esta es la razón por la que yo defiendo incansablemente la inversión de los Estados en la investigación, la educación, la formación. Éste es el único camino que tenemos. Insisto que debemos invertir en la búsqueda de nuevos medios de producción y de consumo que harán posible un bienestar planetario que a la vez no destruya las oportunidades a las generaciones venideras. La solución se encuentra en la inteligencia humana. Creo que, en el largo plazo, la inteligencia humana es el único camino hacia el futuro.
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