miércoles, 14 de marzo de 2012

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TOMAS TRANSTRÖMER (Premio Nobel 2011)


Där Gud bor utan pengar (Dios sin dinero vive).
Tomas Tranströmer,



Nacido hace 80 años en Estocolmo, en cuya universidad hizo estudios de literatura, psicología e historia de las religiones, Tranströmer debutó en 1954 con "17 dikter" (17 poemas), un libro que lo situó como una de las voces con más proyección de su época.

Ahí aparecen ya el interés por la naturaleza y la música, que estarán presentes en buena parte de su producción posterior, al igual que el gusto por las metáforas claras y expresivas, lo que le valió el recelo de ciertos círculos del mundo lírico sueco.

Obras como "Hemligheter på vägen" ("Secretos en el camino", 1958), "Den halvfärdiga himlen" (1962, traducido al castellano como "El cielo a medio hacer") y "Klanger och spår" (Sonidos y pistas, 1966) lo confirmaron definitivamente como uno de los poetas más destacados de su generación.

Una apoplejía sufrida en 1990 lo privó prácticamente del habla y dejó a medio hacer su libro "Minnena ser mig" ("Los recuerdos me ven"), que acabó tres años más tarde con la ayuda de su esposa Monica, fundamental también para poder escribir dos poemarios más: "Sorgengondolen" ("La Góndola fúnebre", 1996) y "Den stora gåtan" ("El gran acertijo", 2004).

Desde entonces no ha publicado nada más y ha preferido dedicarse a escuchar música, otra de sus pasiones, dando en la práctica por terminada una obra poética que, según su colega y amigo Lars Gustafsson, trata "sobre el momento en que la niebla se disipa, cuando por un breve momento se rompe la cotidianidad".

"Querido Tomas, es imposible sentirse insignificante después de haber leído tu poesía. Tampoco es aún posible amar el mundo por razones equivocadas": Peter Englund, secretario permanente de la Academia Sueca.



De marzo del 79’ (1983)

Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras, pero no lenguaje
parto hacia la isla cubierta de nieve.
Lo salvaje no tiene palabras.
¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!
Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.
Lenguaje, pero no palabras.

PRELUDIUM

Despertar es un salto en paracaídas del sueño.
Libre del agobiante torbellino, se hunde
el viajero hacia la zona verde de la mañana.
Las cosas se encienden. Él percibe -en la vibrante
postura de la alondra- las oscilantes lámparas subterráneas
del poderoso sistema de las raíces de los árboles. Pero a flor
de tierra
-en abundancia tropical- está el verdor
con los brazos al aire, en escucha
del ritmo de una bomba invisible. Y él
se hunde hacia el verano, se descuelga por
el cráter cegador, hacia abajo
a través de grietas de edades verde-húmedas
palpitantes bajo la turbina del sol. Así es detenido
este viaje vertical por el instante y las alas se ensanchan
hasta ser la quietud del gavilán sobre aguas torrenciales.

Tonos desamparados
de las trompetas de la Edad de Bronce
cuelgan sobre el abismo.
En las primeras horas del día, la conciencia puede abarcar
el mundo
como la mano oprime una piedra entibiada por el sol.
El viajero está bajo el árbol. ¿Se extenderá,
después de la caída por el torbellino de la muerte,
una gran luz sobre su cabeza?

LA GÓNDOLA FÚNEBRE V
De regreso en 1990.

Soñé que conducía doscientos kilómetros en vano.
Entonces, todo se agigantó. Gorriones enormes como gallinas

cantaban de modo ensordecedor.
Soñé que dibujaba teclas de piano
en la mesa de cocina. Tocaba sordamente en ellas.
Los vecinos acudían a escuchar.




DESHIELO A MEDIODÍA

El aire matinal repartió sus cartas con sellos incandescentes.
La nieve iluminó y todos los pesares se alivianaron: un kilo pesaba
apenas setecientos gramos.

El sol estaba alto sobre el hielo, volando por el lugar, caliente y frío
a la vez.
El viento avanzó lentamente como si empujase un cochecillo de niño
frente a sí.

Las familias salieron, vieron cielo abierto por primera vez
en mucho tiempo.
Estábamos en el primer capítulo de un relato muy intenso.

El resplandor del sol se adhería a todos los gorros de piel,
como el polen a los abejorros,
y el resplandor del sol se adhirió al nombre INVIERNO
y se quedó allí hasta que el invierno hubo pasado.

Una naturaleza muerta de troncos, en el lago, me puso pensativo.
Les pregunté:
«¿Me acompañan hasta mi niñez?» Respondieron: «Sí».

Desde la espesura se escuchó un murmullo de palabras
en un nuevo idioma:
las vocales eran cielo azul y las consonantes eran ramas negras
y hablaban
muy lentamente sobre la nieve.

Pero la tienda de saldos, haciendo reverencias con su
estruendo de faldas,
hizo que el silencio de la tierra creciese en intensidad.

EN LA EUROPA PROFUNDA

Yo, casco oscuro que flota entre dos puertas de esclusas,
descanso en la cama del hotel, mientras alrededor despierta la ciudad.
La alarma silenciosa y la luz gris penetran
y me suben lentamente hasta el próximo nivel: la mañana.

Horizonte escuchado. Algo quieren decir, los muertos.
Fuman pero no comen, no respiran pero les queda voz.
Voy a apurarme por las calles, como uno de ellos.
La catedral ennegrecida, pesada como una luna, hace flujo y reflujo.

LAMENTO

Afuera está el verano.
Del verdor llegan trinos —¿personas o pájaros?
Y el guindo en flor palmea los camiones que llegaron a casa.

Pasan semanas.
Se hace lentamente noche.
Las polillas en la ventana:
pequeños, pálidos telegramas del mundo.

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